Esta es la continuación del relato "la escalera". Espero que os guste:
El disfraz de ella propició que hablaran por primera vez:
- A ese disfraz le falta algo, dijo Mark mirando descaradamente a los ojos verdes de ella
- Qué, preguntó ella con curiosidad dándole una calada a su cigarrillo.
- Pues las esposas, se atrevió a decir él, mientras daba un sorbo a su gin-tonic.
- Y para qué querría yo unas esposas, dijo pícaramente ella.
- Pues por ejemplo para detenerme, contestó con una sonrisa.
- ¿Tan borracho estás?
………….
- Y así con esta conversación se inició una relación que duraría 30 años y fruto de ese amor nació John.
- ¿Y qué pasó después? preguntó Paul con curiosidad picado por la historia que le estaba contando Mark.
- Pues que nos casamos y a los cinco años nació John. El embarazo fue complicado y cuando nos enteramos, por una ecografía, que el niño venía con problemas decidimos seguir adelante, pues el bebé era querido y anhelado.
- Ahora que todo ha pasado no me arrepentiré nunca de haber tenido a John, de que fuera mi hijo y gracias a él disfruto más de la vida y doy gracias a Dios por todos los momentos vividos y compartidos con él. Siempre lo recordaré y siempre lo tendré en mi corazón.
- Me siento desgarrado por dentro, dolido y conmocionado a la par que apenado y consternado. Lo echaré de menos pues era una persona que irradiaba felicidad y alegría para todo aquel que se molestó en conocerlo. A pesar de su discapacidad, que lo limitaba mucho, sobre todo los últimos años, y de que sabía cuál iba a ser su destino—pues él con una mueca en la boca decía que siempre, siempre, la peor enfermedad es la última—nunca se quejó de nada, al revés, siempre agradecía el haber nacido, tener los padres que tenía y los amigos que la vida le había regalado.
Paul,
mayor que Mark unas décadas, todavía más acongojado que al principio, y tras
haber escuchado atentamente la historia sobre John comenzó por desgranar a su
vez su experiencia sobre la muerte de su querida mujer:
- Mi anciana esposa también acaba de morir y yo me siento como si me hubieran amputado un brazo o una pierna. La quería mucho y a pesar que en los últimos años no me reconocía pues tenía alzheimer, le di mucho cariño y amor. Amor como sólo se da cuando has compartido todo lo que ella y yo habíamos compartido. Amor como sólo se da cuando el uno sabe sobre el otro más incluso que uno mismo. Cuando has vivido experiencias inolvidables, cuando has viajado tanto juntos, cuando has intentado, con mucha empatía, incluso ver el mundo con los ojos de la otra persona. Como cuando ves una peli, lees un libro o escuchas una canción y ya sabes qué le habrá parecido a tu pareja. O Cuando ambos se extasían por una puesta de sol o por un amanecer. O como cuando ambos lloramos a la vez al ver alguna noticia sobre los niños hambrientos y famélicos de África, que nos conmociona. O como cuando compartíamos un simple desayuno, los sábados y domingos por la mañana.
- Sí. La quería mucho. Mi amor para con ella siempre fue y será infinito-
- Los últimos años fueron muy penosos, aunque no los superé con resignación sino con alegría. Alegría al ver en su cara una leve sonrisa porque, aun con sus lagunas mentales, en algún rinconcito de su alma me reconocía.
- Todo empezó con simples olvidos, pero muy llamativos: unas llaves que te vuelves loco buscando y que luego están en el bolsillo de los pantalones. Un florero de cerámica adornado con flores de colores que no sabe ni de quien es, ni quien lo ha puesto en esa mesa. Cuando salía a la calle se desorientaba y sus pasos, inconscientes, la llevaban a nuestro antiguo hogar, pues mi casa no era una casa sino un hogar, situado 7 calles más allá de la nuestra actual.
- Me había informado muy bien sobre esta enfermedad y sabía que estos enfermos acababan muriendo en vida. Antes se los diagnosticaban como locos o como gente que había perdido la chaveta y ahora poco a poco se va conociendo la enfermedad. Conforme avanzaba la enfermedad su empatía para con los demás iba disminuyendo y se enfadaba con las personas que, o bien le hablaban con cariño o bien se acercaban a ella, para darle una simple caricia.
- También era muy curioso, por lo menos eso, curioso, sus recuerdos, pues se acordaba perfectamente de la fiesta que dieron sus padres para celebrar su 15 cumpleaños. Iba vestida de faralay con una falda larga de lunares rojos y verdes, con una peineta y con el pelo recogido en una coleta. De eso habían pasado nada más y nada menos que tres cuartos de siglo. Pero sin embargo no recordaban qué había comido esa misma mañana. Recordaba así mismo, y lo sé porque lo verbalizaba, sus tiempos de cocinera en un colegio público de su ciudad. Cogía los platos y los vasos de nuestra cocina y con las servilletas las limpiaba a conciencia, aunque acabaran de salir del lava vajillas impolutos. Se acordaba de sus tiempos de muchachuela pero no reconocía su cara en un espejo. Si fuera por ellos, ya en la última fase, ni comerían ni beberían pues se olvidaban de ese acto tan sencillo y tan habitual para nosotros. No abrían la boca y se quedaban tan famélicos como los ocupantes de un pabellón en un campo de concentración durante la segunda guerra mundial. Otro síntoma de la enfermedad de mi esposa es que piensan que las sombras son seres de carne y hueso; y se asustan. Ven visiones y gente pasear, incluso animales, al lado suyo que le inquietan como una peli de miedo a un crío de 10 años; hay que seguirles la corriente pues si no se enfadan y en algunos casos hasta se vuelven agresivos. Al principio sufren mucho pues se preguntan: ¿Qué me está pasando? ¿Por qué se me olvidan las cosas? ¿Por qué no encuentro mis pinzas de depilar? ¿Por qué me pierdo al ir a comprar el pan? ¿Por qué no me acuerdo del nombre del hombre que lleva conmigo media vida? Su deterioro es tanto mental como físico. Se vuelven muy dependientes. Un paso importante de esta degradación es cuando no les funcionan los esfínteres y hay que ponerles pañales. En esa fase sufrí mucho, pues ves a la persona que quieres acercarse al abismo de la vida. Y esto no tiene, desgraciadamente, vuelta atrás. Lo que pierdes ahora no lo recuperas jamás. Ni con el mejor tratamiento. Mis últimos años con ella fueron de autentica abnegación pues había compartido con ella los mejores años de mi vida. No la podía dejar tirada en un asilo o una residencia para ancianos desahuciados que ahora se han puesto de moda por el envejecimiento de la población y esta vida frenética en la que los hijos no tienen ni fuerzas ni tiempo para encargarse de sus mayores.
Al
pie de la escalera, tanto Mark como Paul, habían hablado sinceramente cual
feligrés confesándose con su mosén y lo recordarían el poco o mucho tiempo que
les quedara de vida, pues la muerte une incluso más que la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario