Lo que uno espera encontrar durante un mes de agosto en Santa Pola son muchos alemanes colorados por el sol y hartos de cerveza, no una posible cura para el cáncer. Pero debe ser cuestión de dónde coloca la mirada cada uno. Si uno se centra en los que caminan por el paseo marítimo, puede entretenerse bastante, aunque casi con total seguridad que de ahí no sacará una gran aporte para la humanidad. En cambio, si alguien es lo suficientemente curioso como para dedicar varias décadas a observar bacterias en las salinas de la localidad, puede que algún día vea algo extraordinario. Tan extraordinario como para darse cuenta de que en el genoma de esos microorganismos estaba escrito uno de los mayores avances de la ciencia moderna.
Así contada la historia de las salinas de Santa Pola parece la anécdota de un excursionista avezado. Pero se trata del inicio de una investigación de décadas. El proyecto de una vida que para Francis Mojica, microbiólogo español, comenzó en 1993 cuando publicó su descubrimiento de las repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas, más conocidas por sus siglas en inglés: CRISPR. Años después de documentar estas repeticiones genómicas en las secuencias de ADN, Mojica observó que entre ellas se incrustaban también otros elementos procedentes de virus y que aquello podía ser un sistema utilizado por las bacterias para inmunizarse frente a los mismos. Una especie de “autovacuna”. Era la puerta de entrada para numerosas terapias genéticas que podían ayudar a curar enfermedades como el cáncer.
Extraído del periódico el país:http://one.elpais.com/francis-mojica
OPINIÓN: Es curioso que las respuestas más lógicas a nuestra realidad se hallen más cerca de lo que creemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario