Su compromiso político y su deuda con lo popular le permitieron desarrollar su propio lenguaje
El funeral del dramatúrgo en el Piccolo Teatro di Milano. |
Tras más de setenta años pisando las tablas del escenario, y forjando las del compromiso político, se nos ha ido Dario Fo,
que gustaba presentarse a sí mismo como un continuador de la escuela
juglaresca; de una narración oral arcaica y eficaz, cuya presencia,
pertinaz en su dramaturgia, Fo consiguió preservar, contra el viento y
las mareas políticas y teatrales del siglo XX. Un siglo que atravesó
llevando el arte dramático desde el papel al escenario como autor,
actor, director y activista.
Su compromiso político le granjeó problemas con la censura, ataques
fascistas, agresiones graves —a él y a su compañera, la también teatrera
Franca Rame—
e incluso la denegación de visados para actuar en EE UU por su
izquierdismo, durante los años sesenta. Las mismas razones que
retrasaron su presencia en nuestro país, no materializada hasta los
ochenta. Convertido ya en un virtuoso de la escena, tan sobrio como
eficaz: se presentaba en solitario sobre un escenario desnudo, con una
indumentaria negra que destacaba un rostro y un cuerpo
extraordinariamente expresivos. Traía un
repertorio cómico que ponía en solfa la hipocresía del catolicismo y lo
advenedizo de la política occidental… ¡y oriental! a través de una
interpretación que destilaba la memoria viva de la tradición popular, a
la que perteneció su figura única.
Su coherente actualización de esa tradición, vinculada a los temas de nuestra sociedad, le hicieron merecedor del Premio Nobel de Literatura 1996. La Academia Sueca atribuyó entonces la concesión “al espíritu renovador de un teatro que castiga a los poderes establecidos y restaura la dignidad de los oprimidos”. Y en su discurso de entrega, Fo homenajeó a los juglares, a los bufones renacentistas, a Molière y a los narradores de historias de su infancia. Un linaje de hondas raíces tan necesario antes como ahora, que dio a su obra un alcance universal.
Para ampliar esta opinión: El País
En mi opinión, la concesión del Nobel de literatura y la emotiva despedida que le han dado miles de personas al dramaturgo en Milán, suponen un reconocimiento merecido a un artista comprometido con su arte y con la realidad social. Un artista que combinaba la tradición juglaresca del entretenimiento con la crítica de la sociedad en la que vivió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario