Los estudios demuestran el poder contagioso de la felicidad. Y del miedo, el extréss o los kilos de más.
¿Sabía usted que la soledad es un estado de ánimo que llega a transmitirse y, sobre todo, a asimilarse de forma involuntaria? Eso es lo que se deduce de los estudios del psicólogo John Cacioppo, de la Universidad de Chicago, en los que se afirma que las personas solitarias de nuestro entorno, ya sean vecinos, familiares o amigos, son capaces de “contagiarnos” su propio estado anímico hasta el punto de hacer que acabemos también sintiendo esa sensación de falta de compañía.
Este dato nos lleva a suponer que este invierno deberíamos mantener una actitud de alerta porque, visto lo visto, no solo hemos de escudarnos contra los resfriados y las gripes ajenas. “Las emociones se pueden contagiar. Y es fácil que suceda. Tenemos una tendencia a imitar y reaccionar ante los demás con los mismos comportamientos que vemos en ellos. En unas ocasiones se trata de gestos simples como el bostezo, y en otras, afecta a pautas más complejas como las emociones”, explica el profesor José Martínez Selva, catedrático de Psicobiología de la Universidad de Murcia, y autor del libro Comprender los celos; superar el sufrimiento (Paidós). Claro que hay emociones simples, como la alegría, la tristeza, el llanto o la ira, que se imitan más fácilmente que aquellas otras tipificadas como complejas, en las que podríamos encasillar la desgana, la indiferencia o los celos. Pero todas, como apunta el profesor, “en principio tienen la misma facilidad para contagiarse o ser imitadas”.
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