Estaba harto de mi cara; de mi boca,
de mis ojos, de mi nariz. Quería cambiar de aspecto y no sabía cómo ni donde.
Paseaba por mi barrio y era un
calvario, todo eran saludos y buenos días, buenas tardes y buenas noches. No
sabían cuan infeliz me hacían y
necesitaba una metamorfosis, un surgir otra vez pero de forma incógnita.
La estanquera me preguntaba qué tal
el “finde”, el carnicero qué iba a comer hoy y hasta el cartero se metía en mi
vida preguntándome por mi trabajo. ¡¡Qué coño le importaba a ellos!!. Tenían
una vida tan pobre que tenían que meter sus narices en la mía. Por qué no me
dejaban en paz y se dedicaban a lo suyo. ¿Quién les había invitado a invadir mi
terreno?.
Un día, de casualidad, vi una nota en
el periódico vespertino, sentado en la mesa de Paco`s , un bar del centro, con
mis gafas, mi pañuelo y mi gorra, donde explicaba perfectamente cómo se hacía
una operación de cirugía estética por poco dinero, en poco tiempo y con poco
postoperatorio. Era lo que yo quería pues mi trabajo no me permitía estar mucho
tiempo de baja.
La operación fue un éxito. Cuando ya
en mi habitación, me dieron el espejo para ver el resultado la alegría, al ver
lo que reflejaba ese trozo de vidrio, fue inmensa: orejas ni grandes ni
pequeñas de Tom Cruise, nariz masculina de Jonhy Deep, boca rosada de Kevin Costner y ojos profundos de Antonio
Banderas.
¡Joder!, estaba eufórico, contento,
feliz, radiante, dichoso, me sentí reconfortado y noté que me había
reconciliado con mi vida. Con mi nuevo aspecto nadie en el barrio y, siquiera
en la ciudad, me reconocería, se pararía a preguntarme nimiedades, se
interesaría por una vida que no era la propia.
El primer día en el barrio no cabía
de alegría en mi ser. Pasaba desapercibido, era como si no existiera, como si
fuera un fantasma al que nadie ve, un espectro, un alma en pena. Me sentía
afortunado.
Era lunes, me levanté temprano para
ir al curro y a la vuelta cuando terminó mi trabajo de funcionario en una ventanilla
de hacienda fui a comprar el pan. De repente y sin esperarlo la panadera con
una voz asquerosamente dulce me preguntó sin rodeos y a traición: Hola vecino,
buenos días ¿ qué tal el “finde?
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