lunes, 4 de noviembre de 2013

LA OPERACIÓN



                                                       
            Estaba harto de mi cara; de mi boca, de mis ojos, de mi nariz. Quería cambiar de aspecto y no sabía cómo ni donde.
Paseaba por mi barrio y era un calvario, todo eran saludos y buenos días, buenas tardes y buenas noches. No sabían cuan infeliz me hacían  y necesitaba una metamorfosis, un surgir otra vez pero de forma incógnita.
La estanquera me preguntaba qué tal el “finde”, el carnicero qué iba a comer hoy y hasta el cartero se metía en mi vida preguntándome por mi trabajo. ¡¡Qué coño le importaba a ellos!!. Tenían una vida tan pobre que tenían que meter sus narices en la mía. Por qué no me dejaban en paz y se dedicaban a lo suyo. ¿Quién les había invitado a invadir mi terreno?.
Un día, de casualidad, vi una nota en el periódico vespertino, sentado en la mesa de Paco`s , un bar del centro, con mis gafas, mi pañuelo y mi gorra, donde explicaba perfectamente cómo se hacía una operación de cirugía estética por poco dinero, en poco tiempo y con poco postoperatorio. Era lo que yo quería pues mi trabajo no me permitía estar mucho tiempo de baja.
La operación fue un éxito. Cuando ya en mi habitación, me dieron el espejo para ver el resultado la alegría, al ver lo que reflejaba ese trozo de vidrio, fue inmensa: orejas ni grandes ni pequeñas de Tom Cruise, nariz masculina de Jonhy Deep, boca rosada  de Kevin Costner y ojos profundos de Antonio Banderas.
¡Joder!, estaba eufórico, contento, feliz, radiante, dichoso, me sentí reconfortado y noté que me había reconciliado con mi vida. Con mi nuevo aspecto nadie en el barrio y, siquiera en la ciudad, me reconocería, se pararía a preguntarme nimiedades, se interesaría por una vida que no era la propia.
El primer día en el barrio no cabía de alegría en mi ser. Pasaba desapercibido, era como si no existiera, como si fuera un fantasma al que nadie ve, un espectro, un alma en pena. Me sentía afortunado.
Era lunes, me levanté temprano para ir al curro y a la vuelta cuando terminó mi trabajo de funcionario en una ventanilla de hacienda fui a comprar el pan. De repente y sin esperarlo la panadera con una voz asquerosamente dulce me preguntó sin rodeos y a traición: Hola vecino, buenos días ¿ qué tal el “finde?

                                            



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