Rosita era una joven discapacitada física, tenía una malformación en las manos, lo que le impedía poder coger las cosas con normalidad. Ella lejos de compadecerse intentaba por todos los medios ver el lado bueno de las cosas.
Un día le ofrecieron trabajo vendiendo cupones y ella debido a la difícil situación de poder obtener otro digno trabajo por culpa de su discapacidad, aceptó.
Mucha gente pasaba y ni se dignaba a mirar, apartándose lejos de su presencia. Otros sentían pena o lástima y se arrimaban para comprarle un cupón. Ella cansada de esa situación decidió ver si sólo eran cosas suyas porque siempre se ponía en la calle San Miguel y el gentío tenía prisa al pasar. Por lo que no podía juzgar a aquella gente, dando un juicio de valor antes. Así que, decidió una tarde irse a una calle concéntrica y en un lado de la Calle Mayor lugar por donde pasaban muchos transeúntes lograría despejar sus dudas. Así, pudo ver que el tumulto pasaba eludiendo mirar, algunos se quedaban mirando descaradamente e incluso criticando su acción en la calle. Ella permanecía sentada en el rincón de un bar, sola analizando la situación, pero no todos se mostraban indiferentes. De vez en cuando, lograba que alguien mirara y sin quitar la vista lograra mandarle una sonrisa natural de aprobación ante la sociedad, aceptándola tal y como era, sin sentir lástima que era lo más importante y tratándola como a una persona más. Ella a cada gesto de alguien, le devolvía una sonrisa más que complacida. Y sobretodo, se mostraba ante aquellos, los cuales, la ignoraban o tenían pena e incluso ésta se compadecía de toda esa muchedumbre, por su soberbia y prepotencia pues en esta vida hay que ser más sencillo y humano.
Así, comprendió que no todos se mostraban igual y que podía encontrarse con cualquier clase de individuos. Y vio que en esta vida no todo es perfecto pues esa gente emperifollada y de buen vivir seguro que tenían más de un problema en su vida, tan importante o dificultoso como el suyo. Así, sintió que no debía compadecerse de su discapacidad y pudo hacer algunos amigos, así como clientes que se paraban para charlar animosamente con ella. Su mundo cobró otro color y descubrió que no tenía porque esconderse a los demás. Por lo que su vida podía ser diferente a compadecerse día tras día por haber nacido así y comprendió que las cosas no son siempre como queremos y que debemos aceptarlas cómo nos vienen puesto que si, a veces, son como se nos muestran es porque en esta vida debe de haber de todo.
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