Si la escuela no transmite conocimientos, no podrá producir seres creativos ni tampoco espíritus pensantes, pues la crítica sin fundamento no es más que charlatanería.
RICARDO MORENO CASTILLO (*)
Cualquiera que entra en Google y ponga las palabras “escuela”, “creatividad” y “espontaneidad” u otras similares dará con una multitud de entradas tituladas: “la escuela mata la creatividad", “lo más importante no es trasmitir conocimientos, sino fomentar espíritu crítico” “la escuela coarta la espontaneidad”, y un largo etcétera de frases, muy convincentes en apariencia, pero sobre las que conviene reflexionar sosegadamente antes de darles asentimiento.
Si las cosas fueran así, sería inexplicable la cantidad de compositores, pintores y escritores procedentes de esta escuela que tanto reprime la creatividad, y la escasez de compositores y escritores que jamás han pisado una escuela.
SI QUEREMOS HACER DE NUESTROS ALUMNOS PERSONAS CREATIVAS, DEBEMOS FOMENTAR EN ELLOS EL HÁBITO DE ESTUDIO Y LA CAPACIDAD DE TRABAJO, NO LA ESPONTANEIDAD.
EN RELACIÓN CON ESTA, LA CREATIVIDAD ES UNA COSA NO SOLO DISTINTA SINO CONTRAPUESTA.
SEGÚN MUCHOS DE LOS PEDAGOGOS A LA MODA, EL ESPÍRITU CRÍTICO ES REPRIMIDO SIN MISERICORDIA POR LA ESCUELA TRADICIONAL. PERO EL ESPÍRITU CRÍTICO ES TAL SI SE SABE LO QUE SE DICE. NO SE PUEDE CRITICAR LA SOCIEDAD EN QUE VIVIMOS SINO SE LA CONOCE.
Educar en la creatividad es una gran cosa, pero ha de estar acompañada del saber, porque la creatividad raramente convive con la ignorancia. En consecuencia, si una escuela no trasmite conocimientos, mucho menos puede producir seres creativos. Las afirmaciones a las que aludía al comienzo tienen en común que confunden creatividad con espontaneidad, dos cosas no solo distintas sino contrapuestas. La confusión es en cierta medida inexplicable, porque una obra de arte se emancipa muy pronto de su creador y parece tener vida propia. Un hermoso problema es tan fresco, tan cómo tiene que ser, que parece que es así porque no podría ser de otra manera, igual que una amapola se desarrolla como amapola. Pero si parece tan fresco y espontáneo es precisamente porque no es ninguna de las dos cosas, sino porque tiene detrás muchas y muchas horas de trabajo. Lo mismo sucede en el teatro. El actor que mejor actúa es el que lo hace con más naturalidad, pero esa naturalidad es producto de mucha reflexión y dedicación. Cuando vemos una actuación de ballet clásico y a la bailarina dando vueltas con tal agilidad que parece que va creando música con su movimiento, estamos tentados a pensar: ¡qué ligereza! ¡Qué espontaneidad! Pero no es así. Detrás de esa aparente espontaneidad hay muchas horas de esfuerzo diario durante muchos años.
En la segunda parte seguiremos con la creatividad del científico y más curiosidades de este autor que como sabréis es (*) autor de Panfleto antipedagógico y De la buena y la mala educación.
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