lunes, 28 de octubre de 2013

STA TERESA

                       
Me fui a Ávila en una época hermética y cerrada de mi existencia.
Allí, en la residencia espiritual, pensaba aunar mente y alma, pues sentía que había perdido el norte de mi vida y deseaba recuperarlo acercándome  un  poquito más a Cristo. 
Había sido un año fatídico pues había perdido trabajo y pareja y para colmo a mi madre le habían diagnosticado un agresivo y maligno cáncer de mama; necesitaba poner orden en mi vida, por eso un buen día se me encendió la chispa, hice las maletas y cogí el Talgo rumbo a Madrid para enlazar después,  con el autobús, hacia Ávila.
Había decidido ir a la residencia de la comunidad castellano-leonesa a raíz de una frase, leída en una iglesia, de Sta Teresa, en un momento “down” de mi vida: “Que nada te traume, que nada te turbe, todo se pasa, solo Dios basta”. Yo también tenía mi propia frase filosófica de andar por casa:“ en esta vida todo llega y todo termina” desde los mejores momentos hasta las circunstancias más adversas.
El primer día de mi estancia en la residencia escogí una falda plisada y un jersey de lana, pues hacía frío entre aquellas paredes altas y de ladrillo vista que, quién sabría cuánto tiempo permanecían en el mismo sitio y a cuántas personas habría visto ”recogerse” entre esos muros y esas aulas.
Nada más entrar en la clase me fijé en unas espaldas anchas y en un pelo largo, liso y bien cuidado; luego me enteré que pertenecían a un tal Rodrigo, sacerdote argentino que también permanecería un trimestre de retiro.
Sin pensarlo me senté a su lado; era tímido como yo, y no entablamos unas palabras  hasta bien entrado el primer mes.
Conversación tras conversación, mañana tras mañana, me di cuenta que había “feeling” entre nosotros.
En la biblioteca de la residencia compartí horas de estudios y charlas en apenas susurros, confidencias y secretos a media voz; nos aislábamos, a pesar de estar rodeados por otros compañeros y no estar solos. Para mí solo estaba Rodrigo, y para él yo.
Así, fueron pasando los días y yo cada vez estaba más enganchada a él, a su presencia, a su olor, a su manera de enfrentarse a sus contradicciones pues las tenía y muchas.
Para empezar era sacerdote y vivía a 6000 km de la que era mi tierra. Su vida, su familia, sus amigos, su iglesia estaban a más kilómetros de los que me podía imaginar.
Un aciago día, antes de que terminara el trimestre, mi cura se fue  dejándome un vacío grande y profundo en el alma. Quizás en mi interior sabía que terminaría así.
Se fue sin un adiós, sin una escueta palabra, sin un por qué. Desapareció sin más, dejándome un vacuo espacio interior, pues en esos momentos no sabía si en realidad lo había conocido, había compartido momentos inolvidables con él,  o si por el contrario todo aquellos días habían sido un mal sueño.
Tan solo me dejó en mi celda esta escueta misiva:
“ Sé que esto te va a resultar  muy duro. Lo sé y soy consciente. Para mí han sido unas semanas gloriosas. He visto a Sta Teresa en ti. He visto su nobleza, su altura de miras, su compasión, su cercanía, su buena voluntad, su entrega, su recogimiento en tu persona, y me llevo de ti mucho más de lo que piensas.
Pero tengo que poner tierra por medio. Si me hubiera despedido, si te hubiera visto, no habría podido dar el paso e irme. Quizás sea un cobarde por no dejarlo todo e irme contigo pero no puedo, traicionaría a mi gente y a mi parroquia aunque  como decía Sta Teresa: “ Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”

Sin nada más que decirte : Rodrigo.     


                                              

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