Me fui a Ávila en
una época hermética y cerrada de mi existencia.
Allí, en la
residencia espiritual, pensaba aunar mente y alma, pues sentía que había
perdido el norte de mi vida y deseaba recuperarlo acercándome un poquito
más a Cristo.
Había sido un año
fatídico pues había perdido trabajo y pareja y para colmo a mi madre le habían
diagnosticado un agresivo y maligno cáncer de mama; necesitaba poner orden en
mi vida, por eso un buen día se me encendió la chispa, hice las maletas y cogí
el Talgo rumbo a Madrid para enlazar después, con el autobús, hacia Ávila.
Había decidido ir a
la residencia de la comunidad castellano-leonesa a raíz de una frase, leída en
una iglesia, de Sta Teresa, en un momento “down” de mi vida: “Que nada te traume, que nada te turbe, todo se
pasa, solo Dios basta”. Yo también tenía mi propia frase filosófica de
andar por casa:“ en esta vida todo llega
y todo termina” desde los mejores momentos hasta las circunstancias más
adversas.
El primer día de mi
estancia en la residencia escogí una falda plisada y un jersey de lana, pues
hacía frío entre aquellas paredes altas y de ladrillo vista que, quién sabría
cuánto tiempo permanecían en el mismo sitio y a cuántas personas habría visto
”recogerse” entre esos muros y esas aulas.
Nada más entrar en
la clase me fijé en unas espaldas anchas y en un pelo largo, liso y bien cuidado;
luego me enteré que pertenecían a un tal Rodrigo, sacerdote argentino que
también permanecería un trimestre de retiro.
Sin pensarlo me
senté a su lado; era tímido como yo, y no entablamos unas palabras hasta bien entrado el primer mes.
Conversación tras
conversación, mañana tras mañana, me di cuenta que había “feeling” entre
nosotros.
En la biblioteca de
la residencia compartí horas de estudios y charlas en apenas susurros,
confidencias y secretos a media voz; nos aislábamos, a pesar de estar rodeados
por otros compañeros y no estar solos. Para mí solo estaba Rodrigo, y para él
yo.
Así, fueron pasando
los días y yo cada vez estaba más enganchada a él, a su presencia, a su olor, a
su manera de enfrentarse a sus contradicciones pues las tenía y muchas.
Para empezar era
sacerdote y vivía a 6000 km
de la que era mi tierra. Su vida, su familia, sus amigos, su iglesia estaban a
más kilómetros de los que me podía imaginar.
Un aciago día,
antes de que terminara el trimestre, mi cura se fue dejándome un vacío grande y profundo en el
alma. Quizás en mi interior sabía que terminaría así.
Se fue sin un adiós, sin una escueta palabra, sin un por qué. Desapareció sin más, dejándome
un vacuo espacio interior, pues en esos momentos no sabía si en realidad lo
había conocido, había compartido momentos inolvidables con él, o si por el contrario todo aquellos días
habían sido un mal sueño.
Tan solo me dejó en
mi celda esta escueta misiva:
“ Sé que esto te va a resultar muy duro. Lo sé y soy consciente. Para mí han
sido unas semanas gloriosas. He visto a Sta Teresa en ti. He visto su nobleza,
su altura de miras, su compasión, su cercanía, su buena voluntad, su entrega,
su recogimiento en tu persona, y me llevo de ti mucho más de lo que piensas.
Pero tengo que poner tierra por medio. Si me hubiera
despedido, si te hubiera visto, no habría podido dar el paso e irme. Quizás sea
un cobarde por no dejarlo todo e irme contigo pero no puedo, traicionaría a mi
gente y a mi parroquia aunque como decía
Sta Teresa: “ Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no
muero”
Sin nada más que decirte : Rodrigo.
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