Desde
su carajo arborícola divisaban a ancianos jubilados, unos con bastón y otros
con andador, que eran fieles a la partida de mus que se organizaba todos los
días laborables en las mesas, dispuestas y habilitadas para ello en el jardín.
En el sauce llorón eran testigos de los órdagos a la grande, a la chica, a los
pares y al juego que se lanzaban unos a otros sin piedad. También, a través de
sus pequeños oídos, escuchaban las conversaciones que tenían, cuando no echaban
la partida, acerca de la hambruna que sufrieron de pequeños durante la
postguerra. Hablaban, también, de la alegría que sus hijos les habían
proporcionado al traer al mundo a esos personajillos en miniatura que son los
nietos. Así mismo, acaloradamente, comentaban el último gol de Ronaldo o de
Messi.
Por
supuesto el jardín era visitado por parejas de eternos enamorados que se “acurrucaban”
como podían en los bancos repartidos aleatoriamente por todo el recinto, para
hacer manitas o regalarse besos robados y departir sobre su deseada y anhelada
casa o sobre la prole que iban a tener en un futuro que, juntos, iban a
compartir.
Los
críos y sus progenitores también eran protagonistas importantes del discurrir
en el jardín. Ellos tomaban el parque y lo inundaban con sus risas, juegos,
peleas y partidos de fútbol. Los padres aprovechaban el poco tiempo que les
concedían sus hijos para hablar sobre el último potito que habían probado o de
cómo absorbía el pipí el nuevo pañal que recomendaba el pediatra.
Una
vez pasada la primavera y el verano las golondrinas partieron hacia climas más
templados pero nunca se les olvidó aquel jardín olvidado.
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