Se puede decir que
los Beatles eran los catalizadores que hacían posible que todos los veranos,
por San Juan, nos juntáramos todos los amigos que formábamos la pandilla de la Manga , y que por esas fechas
ya empezábamos las largas vacaciones de verano, en vez de alrededor del fuego
alrededor del radio-casette, para escuchar como en trance y absortos , las
canciones del Yellow Submarine; desde “All you need is love” hasta “Whith a
Little help from my friend”. Con este ritual que realizábamos todos los veranos,
en la misma fecha, dábamos por iniciado el tiempo de verano.
Luego empezaban los
baños en la playa del Galúa, con sus aguas frescas, al principio de la época
estival, límpidas y transparentes que
aprovechábamos para ir a las rocas con nuestro arpón, gafas y aletas para
bucear y a probar suerte a ver si Neptuno nos congraciaba con algún pulpo de
kilo o kilo y medio; por las mañanas nos dedicábamos a eso, a holgazanear en el
patio de la urbanización, a echar algún partido de fútbol antes de la hora del
baño, o a jugar alguna partida de ping-pong con algún amiguete de la pandilla.
Después íbamos toda la familia a la playa, normalmente íbamos a la Raja o al Galúa y a la Cala del Pino cuando Eolo nos
mandaba el viento de levante y hacía impracticable el baño, por las olas que
levantaba.
Después del baño y
la playa venía la ducha, para quitarnos el salitre e inmediatamente la comida y
la consabida siesta que ninguno de mis hermanos perdonaba cuando apretaba el
sol a eso de las tres o tres y media.
Tras la siesta
venía la merienda, consistente en un pedazo de pan con un agujero en medio, donde mi madre echaba la leche condensada, pero a conciencia, y mis hermanos y
yo disfrutábamos mucho ese momento
Por la tarde más
playita porque a esas horas era el único sitio donde podíamos estar para
mitigar el calor soporífico de esa hora del día.
En la noche, cena
y otra vez a jugar con los amigos: no
nos aburríamos, a la pilla, al escondite, al pañuelo, a policías y ladrones al
baloncesto en la cancha iluminada del parque y los más atrevidos y lanzados a
los médicos con alguna nenica de las urbanizaciones colindantes.
Así pasábamos los
días, uno tras otro y así llegábamos al final del verano allá por septiembre. Y
entonces sí, allí nos congregábamos otra vez alrededor del radio-casette y con
el mismo ritual del principio nos despedíamos hasta el próximo verano con una
canción de los Beatles; por eso y por más cosas Beatles por siempre.
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