lunes, 18 de abril de 2016

Cuatrocientos aniversario de la muerte de Cervantes

En Don Quijote Cervantes siempre está apareciendo y desapareciendo. Se nos presenta en el prólogo de la primera parte mirándonos de frente, como Velázquez en Las meninas, aunque también sin vernos del todo, por encontrarse absorto en una contemplación interior. Velázquez tiene en las manos los instrumentos de su oficio, la paleta, el pincel, y se encuentra en lo que parece un espacioso taller. Cervantes se retrata con los signos del suyo: la pluma, la mesa donde escribe. El uno y el otro muestran una actitud de suspenso, la pausa reflexiva en la que todavía no se ha revelado el siguiente paso. Velázquez parece estar viendo de antemano en la imaginación el cuadro que será Las meninas. Cervantes no escribe: “… estando en suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete, y la mano en la mejilla, pensando lo que diría”.

Al copiar la cita me doy cuenta de la inexactitud de mi recuerdo: Cervantes no tiene la pluma en la mano, como Velázquez el pincel, sino en la oreja. Después de tantas lecturas, es la primera vez que me detengo en ese detalle clave, que desbarata toda la formalidad del retrato falso que ya no sabemos quitarnos de la cabeza, incapaces de aceptar un espacio en blanco irremediable: no sabemos cómo era Cervantes. El escritor no posa para la posteridad: está solo, cansado de escribir, con la pluma en la oreja, como los carpinteros antiguos se ponían el lápiz. Y entonces queremos saber también qué hay detrás de esa figura en el autorretrato, cómo es la habitación, la casa en la que está, si tiene muebles, si hay una ventana que da a la calle y desde la que se oye un barullo urbano de 1604, si está ordenada o no, si hay polvo, papeles por el suelo, cosas colgadas en las paredes. Pero más allá de esa figura sentada y de esos pormenores visuales —la pluma, el codo en el bufete, la mano en la mejilla—, solo hay oscuridad, o esa penumbra abstracta, esa sugestión de espacio hondo y vacío que es el fondo de los retratos de Velázquez o Rembrandt.

Cervantes es el novelista y el teórico, y al mezclarse con sus personajes se contamina de su ficción y les transmite su humanidad

Otras apariciones son más fugaces, más indirectas. El autor es un pasajero furtivo o un polizón en su propia obra. Surge y se pierde como una sombra por detrás de los personajes inventados.  En la biblioteca de don Quijote hay un libro suyo, el primero que publicó, el único antes de Don Quijote, La Galatea, que para entonces, cuando Cervantes escribía ese capítulo, llevaría muchos años olvidado.
Hay un grado más de presencia insinuada y desaparición. En la maleta con libros y papeles donde estaba la novela El curioso impertinente, el cura, siempre muy alerta a todo lo que tenga que ver con la palabra escrita, encuentra lo que parece ser otra historia, pero solo se fija en el título. Es Rinconete y Cortadillo. El que la copiara a mano no se molestó en anotar también el nombre del autor. La novela se ha difundido manuscrita y anónimamente. El ventero dice que un viajero del que no parece recordar nada olvidó la maleta al marcharse. Es de nuevo una sombra, Cervantes, el recaudador que anda por las ventas y los caminos, el que aprovecha tiempos de ocio o de espera para inventar, para escribir historias que quizás no lleguen a imprimirse, pero que alguien copiará y alguien leerá en voz alta para el recreo de un auditorio de analfabetos...





OPINIÓN PERSONAL: La celebración del cuatrocientos aniversario de la muerte de Cervantes será  esta semana. Fue el escritor más importante de la época junto con Shakespeare. Hay quienes dicen que fueron los dos más importantes de todos los tiempos. Cervantes nos muestra algunas apariciones contadas en sus libros para dar autoría a sus obras, también hace alusiones a su existencia en diferentes escritos, con sus versos, apareciendo y desapareciendo. Sin duda su obra más célebre y conocida es "El Quijote", aunque también podemos encontrar obras como "Rinconete y Cortadillo", "La Galatea". Cervantes tuvo impedida una mano, de la cual no pudo hacer uso para escribir sus novelas, se dice que  le quedó inutilizada en la  batalla de Lepanto.

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