En nuestra sociedad, las enfermedades psiquiátricas más comunes se entienden como debilidad. Normalizar su tratamiento es el reto.
PADECER hipertensión arterial no te convierte en cardiólogo ni tener un hermano con diabetes en endocrinólogo. Siguiendo el mismo razonamiento, no todos somos psiquiatras.
Al hablar de psiquiatría es sabio quien reconozca su ignorancia y no se pronuncie o lo haga con criterio: quizás desde una experiencia personal, sesgada. Quien aun desconociendo esta disciplina globalmente la critique sin discernimiento será, cuando menos, imprudente. Entre la psiquiatría y cualquier otra especialidad médica no existen grandes diferencias. Algunas enfermedades mentales son una continuidad de la normalidad, como es normal tener ácido úrico en la sangre y no todos sufrimos gota.
¿Dónde radica el problema? En el diagnóstico. Si una persona es tímida, es tímida: no tiene una fobia social; y si una persona está triste, está triste: no tiene una depresión. Se confunden rasgos de personalidad o sentimientos normales con enfermedades, y ese es uno de los grandes escollos de la psiquiatría clínica.
Muchos pacientes acuden al médico “diagnosticados”, si no por sí mismos, por un bienintencionado familiar o amigo. Solo en ocasiones aciertan: “Efectivamente, tiene usted una glomerulonefritis”. Apuesto que a pocos nefrólogos les sucede esto cada día. A los psiquiatras sí: “Ciertamente, tiene usted una depresión”, o bien no la tienen y tenemos que explicarles en qué consiste realmente.
Dónde termina la normalidad y empieza la enfermedad, dónde el sufrimiento psíquico deja de ser una vivencia “sana” tras una experiencia dolorosa, cuándo este dolor podría ser hasta “deseable” para el crecimiento emocional, y cuándo no solo no va a servir para crecer sino que puede resultar invalidante porque no es “normal”, porque ha cruzado la línea y se acompaña de otra serie de síntomas, graves, incapacitantes: una enfermedad mental que requiere un tratamiento.
Si esto queda claro, el debate actual sobre los excesos en el uso de psicofármacos no estriba tanto en el tratamiento como en el diagnóstico, y sobre todo y lo más preocupante es que la depresión como enfermedad mental ha quedado relegada a un signo de debilidad personal que banaliza el inmenso sufrimiento que produce.
Si ya de por sí es un síntoma típico que el enfermo se culpe de lo que le sucede, de su incapacidad, de su minusvalía, de “haberse dejado vencer”; el entorno y la sociedad refuerza esta percepción responsabilizándolo tanto de su debilidad como de una supuesta capacidad para salir adelante a través de heroicos esfuerzos. Es como pedirle a una persona con las manos escayoladas que restaure un goya.
En la vida cotidiana existen miles de excusas para justificar el fracaso y nunca una buena razón. En medicina no ocurre lo mismo. La depresión no es fracaso, es una enfermedad, y sí existe una razón –a menudo multifactorial pero básicamente biológica–, pero, a pesar de esta evidencia, seguimos buscando excusas. Las sigue persiguiendo el paciente, las sigue escudriñando el entorno, las sigue exigiendo la sociedad. A medida que encontramos esas supuestas justificaciones, aparece la culpa, y es entonces cuando el sufrimiento se convierte en vergüenza. La vivencia es de autoboicoteo constante.
OPINIÓN PERSONAL: Los rasgos de nuestra personalidad o sentirnos de alguna cierta manera pueden ser confundidos con enfermedades, pues algo como es la timidez o la tristeza entre otras cosas, son motivo de estudio como enfermedad y sin embargo esto no tiene que ser así. No tenemos una fobia social por el mero hecho de ser tímido, por ejemplo. Las enfermedades cuando no nos resultan normales tendemos a darle más importancia de la que tienen, algunas se confunden como enfermedades psiquiatricas. No hay que confundirse pues algunas son una continuidad de la normalidad, como se dice en este artículo. Quizás la depresión sea un claro ejemplo de esto. No por tener ácido úrico debemos sufrir gota. Yo resaltaría como algo más importante que se comenta en esta noticia el hecho de "cuando termina la normalidad y empieza la enfermedad". Algo que resulta difícil de discernir, en ocasiones.
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