lunes, 11 de febrero de 2013

RECUERDOS

              Recuerdo cuando iba al colegio de La Rambla y me dejaba caer por las escaleras cual cocodrilo en el Amazonas, jugando con mis amigos, inseparables, Matías y Manolo; de esa época me vienen también imágenes de cuando nos recogía Antón en una furgoneta gris, a unos vecinos y a mi, que vivían en mi barrio y compartíamos guardería, uniforme, juegos y amistad.
        Recuerdo cuando tomábamos por camión un árbol partido por su base, al cual, con mucha imaginación, conducíamos con cierta habilidad, por continentes a punto de conquistar, y cuyo volante imaginario nos turnábamos con mucha tristeza, pues siempre queríamos todos coger las riendas de ese tractor, ambulancia, camión, coche deportivo o lo que en ese momento se nos ocurría que llevábamos entre las manos.
            Recuerdo también a mi seño Catalina que con abnegada vocación me enseñó las primeras letras y los primeros números; me enseñó a escribir y a hacer cuentas y también los primeros cuentos que Yo, por entonces un chinorri, oía imaginándome bosques perdidos y frondosos y héroes que siempre se llevaban al altar a la princesa de turno.
            De esa época, en la playa, son mis juegos con la numerosa pandilla con la que jugaba a policías y ladrones, a la pilla, a ver quien aguantaba más tiempo dentro del agua, al fútbol y al cinquillo; especial recuerdo tengo de ese, mi primer acercamiento a los naipes, ya que posteriormente me convertí en un afamada pareja de mus y en un envidiado jugador de poker, con lo que gané mucho dinero entre apuesta y apuesta.
            Con dulzura y buen sabor de boca son mis recuerdos de la panadería que mis abuelos tenían en Santa Lucia, de donde dicen que por su puerto nació para España la luz del Evangelio. Madrugadas robadas al sueño donde hacía pasteles con dibujos y mi nombre que aparecían bufados y con relieve por efecto de la levadura y el calor del horno de leña que en ese momento tenía mi abuelo en su despacho de pan; gitanas que cuando iba con mi tío a repartir el pan y los dulces con la furgoneta dos caballos, me ofrecían leche con cola-cao calentita, para mitigar el frío y la humedad que se metían por mis huesos a esas horas intempestivas de la madrugada.
            De entre las legañas de mi memoria, recupero también los quince días que pasé en casa de mis tíos Carmen y Cesar en un apartamento pegado a la playa con unas vistas espectaculares. Al curso siguiente iba a empezar a estudiar 1º de EGB y gracias a ellos cuando empecé las clases en Los Maristas ya me sabía la tabla de multiplicar y las letras del alfabeto; no solo me enseñaron letras y números, sino que también me enseñaron a jugar a los barcos y a disfrutar con mis lecturas, infantiles en aquella época.
            Podría seguir desgranando recuerdos y recuerdos; unos tristes y otros alegres, unos divertidos y otros tediosos pero aquí me planto como cuando jugaba a las siete y media. A veces es mejor quedarte con las cartas que tienes que arriesgarte a pedir otra y perder la partida.




           

No hay comentarios:

Publicar un comentario