Otra perla literaria de las mías; inspirada el el libro "La colmena" de Cela:
Trabajaba
en un chiringuito de verano en Los Alcázares, y a doña Rosa, la propietaria, le
brillaban los ojillos cuando llegaba la primavera y las muchachas empezaban a
andar en manga corta al lado de la playa marmeronense de aguas calentujas, arena gruesa y oscura, que ocupaba toda la zona que se divisaba desde el
chiringuito.
Claro, y a quién no le brillarían los ojos, se
preguntaba el camarero, que trabajaba para doña Rosa, cada vez que observaba el
fenómeno físico en los ojos de su mentora.
Porque
doña Rosa se acostaba, a pesar de los años que separaban a uno y otra, con el
que llamaba su protegido.
Le
daba cobijo, le daba abrigo en las largas, oscuras y frías tardes de invierno
en las que sólo entraba al chiringuito una triste pareja de turistas alemanes
que sólo consumían un solitario café con leche y una magdalena para merendar.
Le
daba cariño, pues su protegido no tenía familia cercana, había venido rebotado
de una larga y traumática relación con una chica de su pueblo, allá por el País
Vasco.
Él, vino huyendo, ella confió en él y le dio trabajo; llevaba ya año y medio
trabajando en aquella playa rivereña del Mar Menor; lo acogió entre sus
grandes, pesados y voluminosos pechos, cual bebé de chupete, también dejó que
así como quien no quiere la cosa se instalara poco a poco en su vida cotidiana
y en su, sino fuera por él, rutinaria existencia.
Doña
Rosa, a pesar de los años que tenía el negocio, no sabía llevarlo; le perdía su
falta de paciencia con los clientes, su mala leche. Era él, el que sacaba el
bar adelante pues poseía una innata predisposición para servir tintos de
verano, caipiriñas mojitos y granizados que, en verano, se vendían como libros
por San Jordi y el dinero ganado en los meses de verano servían para pasar el
largo, pesado y melancólico invierno.
Pasó
la primavera, el verano llegó otra vez
como un tren, puntual y a su hora, y el protegido de doña Rosa, ponderando la
situación, no quiso pasar otra época estival en aquella playa del sureste
español; ya lo había decidido, se iría más al sur pues por badoo, una página de contactos en la red, había conocido
a una muchachica muy “apañá”, del Puerto de Santa María, en Cádiz, que estaba
soltera y tenía una marisquería que se petaba en verano. Necesitaba un buen y
experimentado camarero para esa temporada.
Así
que a pesar de que doña Rosa intentó por todos los medios retener a su
protegido, éste, con mucho sentimiento pero decidido, una mañana se despidió de
ella con elegancia, no dejando ninguna puerta cerrada, para cualquier cosa que
pasara en un futuro cercano o lejano, quien lo podría aventurar.
Y
Doña Rosa se quedó allí, en medio de su chiringuito, sonriendo a sus clientes,
a los que odiaba en el fondo, con sus dientecillos renegridos llenos de basura.
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