lunes, 3 de junio de 2013

LA COLMENA--fragmento--

              Otra perla literaria de las mías; inspirada el el libro "La colmena" de Cela:
                         
            Trabajaba en un chiringuito de verano en Los Alcázares, y a doña Rosa, la propietaria, le brillaban los ojillos cuando llegaba la primavera y las muchachas empezaban a andar en manga corta al lado de la playa marmeronense de aguas calentujas, arena gruesa y oscura, que ocupaba toda la zona que se divisaba desde el chiringuito.  
             Claro, y a quién no le brillarían los ojos, se preguntaba el camarero, que trabajaba para doña Rosa, cada vez que observaba el fenómeno físico en los ojos de su mentora.
            Porque doña Rosa se acostaba, a pesar de los años que separaban a uno y otra, con el que llamaba su protegido.
            Le daba cobijo, le daba abrigo en las largas, oscuras y frías tardes de invierno en las que sólo entraba al chiringuito una triste pareja de turistas alemanes que sólo consumían un solitario café con leche y una magdalena para merendar.
            Le daba cariño, pues su protegido no tenía familia cercana, había venido rebotado de una larga y traumática relación con una chica de su pueblo, allá por el País Vasco.
            Él, vino huyendo, ella confió en él y le dio trabajo; llevaba ya año y medio trabajando en aquella playa rivereña del Mar Menor;  lo acogió entre sus grandes, pesados y voluminosos pechos, cual bebé de chupete, también dejó que así como quien no quiere la cosa se instalara poco a poco en su vida cotidiana y en su, sino fuera por él, rutinaria existencia.
            Doña Rosa, a pesar de los años que tenía el negocio, no sabía llevarlo; le perdía su falta de paciencia con los clientes, su mala leche. Era él, el que sacaba el bar adelante pues poseía una innata predisposición para servir tintos de verano, caipiriñas mojitos y granizados que, en verano, se vendían como libros por San Jordi y el dinero ganado en los meses de verano servían para pasar el largo, pesado y melancólico invierno.
            Pasó la primavera,  el verano llegó otra vez como un tren, puntual y a su hora, y el protegido de doña Rosa, ponderando la situación, no quiso pasar otra época estival en aquella playa del sureste español; ya lo había decidido, se iría más al sur pues por badoo, una página de contactos en la red,  había conocido a una muchachica muy “apañá”, del Puerto de Santa María, en Cádiz, que estaba soltera y tenía una marisquería que se petaba en verano. Necesitaba un buen y experimentado camarero para esa temporada.
            Así que a pesar de que doña Rosa intentó por todos los medios retener a su protegido, éste, con mucho sentimiento pero decidido, una mañana se despidió de ella con elegancia, no dejando ninguna puerta cerrada, para cualquier cosa que pasara en un futuro cercano o lejano, quien lo podría aventurar.
            Y Doña Rosa se quedó allí, en medio de su chiringuito, sonriendo a sus clientes, a los que odiaba en el fondo, con sus dientecillos renegridos llenos de basura.








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