Calamaro podría ser Rey si no fuera ciudadano de la República Mundial. Podría atesorar títulos merecidos, de los que disfrutaría o se reiría según le diera la gana. Se habla mucho de su incontinencia, de su caprichoso ritmo laboral, de su costumbre de desplazarse a la velocidad de un torbellino sin respetar señales de tráfico ni convenciones comerciales. Pero se incide poco en una de sus principales facultades: la intuición.
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