Un día de verano recibió la visita de una sobrina, algo especial, para alguien como ella. Se suponía que Susanita solo iba a quedarse dos o tres días y la cosa no estaba mal entre ellas. Primer día, Susanita empezó con sus normas de convivencia que consistía en estar casi las veinticuatro horas del día jugando, hora tras hora.
Segundo día, algo sofocada por el calor Anita tenía dolores de cabeza y sudoración por todo su cuerpo algo que lo achacaba a su peso. Pronto, descubrió que no iban las cosas tan bien entre las dos pero le dejó claro que no quería jugar durante todo el día. Llegaron sus sobrinos y Anita pudo respirar pues le pusieron una serie televisiva para que eludiera tanta inestabilidad emocional. Anita contaba con cuarenta años y los más pequeños de casa como Susanita la trataban como una amiga en quién confiar, de esas que lo ven todo bien y aguantan cualquier situación, aunque ésta estuvo tirándola indirectas a su sobrina con el único motivo que se cansara de jugar. Pero Susanita solo tenía un objetivo, pasárselo bien. Y es que había estado muy sola en casa y cuando vio la oportunidad en casa de su tía, aprovechó para jugar y jugar. Anita le explicó por qué no quería terminar como una criatura pequeña.
Así que pasarían los años y ese verano no lo olvidaría ninguna de las dos. Con lo cual, Anita le echó en cara su actitud cuando creció, pues de pequeña solo tenía trece años. Y le dijo: no deberías ser tan egoísta pero supongo que todos los niños lo son, pues tu mejor que nadie sabías como eran los mayores y a una persona con cuarenta años no podías tratarla así, aunque no respondiera a todas tus órdenes, aunque me las impusieran como condición para estar allí, aunque tu solo quisieras pasarlo bien, no puedes implantar tu ley seca. Cada uno es de una forma de ser y he llegado a la conclusión que la gente mandona, luego recibe de su propia medicina. Esta lloró al oír sus palabras. Al rato, se fue y siguió pensando que no estaba equivocada ante lo cual recordó. Ese año tenía baja la estima Susanita, todos influían sobre mí, pero he aprendido la lección y ya no me mandan tanto, ahora soy yo quien decido y no me arrepiento de lo sucedido. Nunca es tarde para aprender de nuestros propios errores y defectos.
Con ello, estabilizó su estado emocional y comenzaron a tenerla más en serio que nunca. En resumidas cuentas, fue feliz cada verano de su vida, cuando recordaba aquella experiencia vivida.
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