Fui yo quien antes lo vivió. Fui
yo quien avisó. Pero te preguntarás que fue lo que pasó. Sí, tú mejor que nadie
deberías saberlo. Semanas antes, se encontraban cinco chicos haciendo una
sesión de espiritismo. No era nada malo, solo querían hablar con un ser que ya
no estaba, allí, entre ellos. Tras
varias horas, encerrados en el sótano de esa casona, todo fue terrorífico y
aterrador. La puerta de aquella mansión
apartada en el campo chirriaba, la valla rota cedía y se movía, tus
manos temblaban con las mías, pero te sentía. Los perros del vecino aullaban,
el viento emitía su vulgar quejido. Tú mejor que nadie lo sabías, todo tenía
que terminar en aquel fantasmagórico lugar.
· ¡Papá no va a regresar!
¡Debes aprender la lección ya!
De repente
tú y yo salimos de aquel lugar que proclamaba a los cuatro vientos que
efectivamente algo pasaba.
· ¡Pero!, los muertos no regresan,
¿verdad?
· No—te dije.
Tras oír
el viento ulular dudaste, me apretaste la mano. Salimos de allí, por la puerta
bien alejada de aquella enorme y aislada mansión. Todo era como una pesadilla
viviente.
· Bien te diré que no es bueno jugar
a estos juegos, ¡Sabes que los muertos no regresan!
· ¿Qué irá a pasar?
· Nada –te dije.
Mientras
nos íbamos de aquel lugar en un coche gris metalizado, con la matrícula embardunada.
Tú te tranquilizabas al igual que lo haría más tarde, mi fiel acompañante: “la
muerte”. Entonces lo supe, todo lo que pasó fue real. Nosotros huíamos de allí,
mientras que ésta, con su particular danza, nos pisaba los talones, los otros
chicos corrieron peor suerte, puesto que
murieron en esa morada al desplomárseles el techo y caerles los escombros sobre
sus cabezas.
Aquella
mansión de extensas dimensiones se hundía estrepitosamente al caerle un rayo
que la hizo grujir en dos, en una noche de tormenta. Entonces lo supe tú y yo
habíamos pasado la peor noche de nuestras vidas, pero de repente desperté y tú
estabas en la habitación de al lado. Yo, por el contrario, estaba con mi pareja,
ambos cogidos de la mano nos despertamos en la cama del piso de arriba. Todo
había sido un sueño, pero te recordé que nuestro padre nos dijo que nunca invocáramos a los espíritus,
ni tan siquiera en una fiesta de Halloween, tan acogedora, como aterradora: aunque
tan solo tú quieras estar siempre al lado de los tuyos, puesto que son cosas en
las que nunca debes de creer.
Una tarde
atípica por entonces, en la mansión de campo, te encontrabas junto a la puerta, parada y yo aun algo sumida
en mis pensamientos, allí, junto a mi novio sentí como sopló el viento y poco a
poco se ciñó la noche. El viento se coló por la ventana, las luces se apagaron.
Todo era lúgubre en aquel lugar, cual sueño empecé a recordar. Pero antes unos
amigos llegaban y llamaban a la puerta,
entrando. Cuando de repente una vela negra se encendió, dando pasó a una
llamada: fui yo quien avisó.
Los sueños a veces se viven, igual que dicen que viven
las almas en pena errantes y solas acechando con sus alaridos a los demás.
Fue un
aviso de lo que iba a pasar. Era como un "déjà vu" algo insólito para nunca olvidar. A veces vivimos situaciones de
recuerdos ya vividos o tan solo que crees que has vivido. Puesto que todo es posible, sé tu quien
construya los cimientos de tu vida y de tu futuro, intenta controlar tu subconsciente aunque no tenga ninguna explicación lógica por la cual aferrarse
cuando los problemas te surjan. Y, con todo ello, comprende cada situación de
la vida, por muy dura que te resulte de vivir.
Bonita historia que ayuda a entender la importancia de conseguir la fuerza y autonomía necesarias para afrontar las situaciones de la vida.
ResponderEliminarUn saludo desde Rey Ardid.
gracias por vuestro comentario, pues me ha servido de gran apoyo para inspirarme en otras historias. Desde aquí os tendremos en cuenta en futuras ocasiones. Encantados de conoceros. Un beso y saludos.
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