lunes, 5 de noviembre de 2012

EL PANORAMA DEL FRIGORIFICO


Ella, Leonor, lo acaba de dejar. Su relación en los últimos tres meses fue un calvario. Un calvario para los dos.
n      Esto no puede seguir así, le dijo Leonor a Patrick, un día, tomando ella la iniciativa.
n      Tienes razón, nos estamos degradando poco a poco. Llevamos tres años saliendo pero creo que hemos perdido la pasión.
Todavía se querían pero ya no existía aquel feeling del principio, cuando se conocieron.
No tenían hijos que empeoraran  la separación y con los bienes que compartían tampoco hubo problemas, pues recordaban perfectamente qué libro, qué cuadro, qué figurita era de uno o de otro.
A pesar de haber terminado bien la relación, Patrick sentía que con la pérdida de Leonor había perdido también una parte de si mismo. Era como la sensación de pérdida de un brazo o una pierna. La tenías ahí toda la vida, sabías que estaba ahí y de repente te la han amputado. 
Así que así, espeso como estaba, se fue al bar a mojar sus penas en amargos y helados gin tonics. Se tomó uno; detrás otro y detrás de ese otro más. Cogió una melopea de campeonato; lo que él pretendía; parecía estar en una nebulosa cálida y espesa y todo le daba vueltas. Su pensamiento y sus sentimientos estaban ralentizados. Por un  momento la camarera del pub aparecía difusa y la música que escupían los bafles le retumbaban en los oídos como una máquina percutadora.
 Borracho como estaba entró al aseo a aligerar un poco el nivel de alcohol de su sangre. Con una mano se apoyó en la pared del  wáter y con la otra se sujetó la minga para no salpicarse la chaqueta de cachemir que le había costado un pastón.
De repente le vino una arcada a la boca y en ese instante echó hasta la primera papilla, con tan mala suerte que le cayó todo el vómito en los zapatos marrones y en su apreciada chaqueta. Todo le daba vueltas y a esa sensación se le unía el regusto de acidez y bilis que en ese momento sufría.
Mareado como estaba se dirigió tambaleante al hotel donde iba a pasar la noche hasta que no encontrara otro sitio más reconfortante.
No teniendo bastante con lo que había bebido esa aciaga noche, abrió la puerta del minibar y se dio cuenta de que el panorama de la pequeña nevera era gélido, como su vida en aquellos momentos

                                                

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