Aquí va un ejercicio lingüístico. El primer
relato escrito en primera persona. Y el segundo en tercera. Observar el cambio
de perspectiva de uno al otro.
EL ARGENTINO I
Entré a la consulta
junto al terapeuta y mi mujer.
Mi relación había
fracasado como la invasión alemana de Rusia en la II Guerra Mundial. No
todo andaba perdido y por eso decidí
ponerme en manos de un experto para salvar mi matrimonio que, debido a nuestra
falta de comunicación, hacía aguas.
Pensaba que a mi relación
había que darle una oportunidad y por eso decidí poner, el éxito o el fracaso
de la terapia, en manos de un argentino.
Nada nuevo que no
supiera ya. El argentino tiraba de tópicos: “filosofía barata del buen
rollito”. Coelho, Bucay, una cita para cada problema. Para esta ocasión abrió
su bienvenida a la consulta con un particular recetario de frases; en éste
caso: “No existe amor en paz. Siempre
viene acompañado de agonías, éxtasis, alegrías intensas y tristezas profundas”
que se supone que iba al pelo para mi problema conyugal.
La terapia fue al
estilo de : “Tenéis que realizar más actividades comunes pero a la vez tener
vuestro espacio, vuestro momento propio; “ Ser asertivos y contaros todo lo que
os pasa por la cabeza, compartir ideas, pensamientos y sentimientos”; “
Expresar vuestras apetencias: acariciaos, besaros, tomar conciencia de vuestro
cuerpo y de el del otro”
La terapia duró
seis largos meses a razón de tres horas semanales. Un gastazo emocional y
económico para mi mujer y para mí. En ese tiempo la relación con mi pareja se
fue yendo al garete, conforme avanzaban las sesiones con el jodido argentino.
La terapia no dio
resultado, nuestra relación fue de mal en peor, pero a los dos se nos quedó una
frase para el recuerdo: “ porque tus amores perros me van a matar sin haberme
dado si quiera un poco de felicidad”.
EL
ARGENTINO II
Entraron a la
consulta una tarde de otoño. Ellos, un matrimonio con problemas de edad media y
el terapeuta, un argentino afincado en Murcia desde hacía varias décadas. Un
coach con experiencia en la resolución de problemas conyugales, o eso se
suponía.
La pareja, que
tenía ganas de contarle a alguien, que no fueran sus parientes o amigos, pues
los consejos de éstos les eran más sabidos que las sumas y restas de los
cuadernos Rubio, fue desgranando poco a poco y uno a uno todo lo que creían que
eran sus problemas.
El terapeuta,
sentado en una silla enfrente de ellos, los escuchaba como un cura en
confesión, mirando de vez en cuando el reloj de soslayo. Tras interiorizar lo
que la pareja les decía y, lo que se guardaban les dio un consejo a lo Bucay:” No existe amor en paz. Siempre viene
acompañado de agonías, éxtasis, alegrías intensas y tristezas profundas”
La relación se fue
deteriorando consejo a consejo, sesión a sesión. No había salvación, ni brotes
verdes, ni luz al final del túnel. Vamos que de esta crisis no iban a salir de
rositas, con un trofeo en la mano. Al revés lo veían todo oscuro, tétrico, sin
esperanza ninguna.
Hartos ya de tanto
consejo vano y tanta cita inútil los dos decidieron dejar la consulta. Pero
claro el argentino también tenía una frase para este caso: “Es mejor terminar
esta relación, antes de que la relación acabe con nosotros”.
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