Aquí os presento un relato, que por su extensión, publicaré en dos capítulos. Espero que cuando lo leáis tengáis ganas de leer la 2ª parte.
Serían las 7 de la tarde cuando
salimos de la húmeda y calurosas villa de Sta. Lucía, al sureste de la Región de Murcia, rumbo a
la capital.
El coche, un R-14 gris metalizado,
con elevalunas eléctrico y cierre centralizado, derrapó sin piedad por la
carretera secundaria levantando una nube densa de polvo del camino.
Sus ocupantes, serios y
cariacontecidos, evitaban dirigirle la palabra al más joven de ellos: un
muchacho de 17 años, rubio como los ángeles, ancho de espalda y piel curtida por
el sol de tanto trabajar en las labores del mar.
Su viaje no era de placer, ni mucho
menos; respondía a un fin último y yo diría casi milagroso: rescatar de la
espesa niebla el alma del muchacho, que por algún motivo inexpugnable se había perdido, quizás en alguna noche loca
( curioso el adjetivo) de sexo, drogas y rock& roll.
El viaje resultó largo y penoso, más
por el estado de nuestro amigo que por el trayecto en sí, pero al fin llegaron
a la capital.
Ésta, de calles amplias y
bulliciosas, con extensos y verdes jardines, paseos embellecidos con altas
palmeras a ambos lados y el sonido agradable y sereno de las olas del río
rompiendo en el malecón, suscitaba en ellos una sensación contradictoria: por
un lado se alegraban de estar en la
capital y por otro temían el terrible vía crucis que tendría que soportar
nuestro amigo para recuperar su alma perdida.
Tras dejar el R-14 en el
aparcamiento, dirigieron sus pasos hacia el sanatorio mental de la capital. El
único con excelentes profesionales: psicólogos, psiquiatras..., y medios
técnicos en 100 Km.
a la redonda.
La entrevista del primer evaluador
con nuestro amigo fue corta, breve y concisa: nombre, edad sexo, estado civil y
ocupación.
Al finalizar la entrevista llevaron
a nuestro amigo en dirección al hall que daba al jardín, mientras formalizaban
el alta de éste en el sanatorio.
Nuestro amigo, con síntomas de
esquizofrenia, se sentía confuso y lleno de ira. No sabía lo que hacía allí, ni
tampoco contra quién dirigir su rabia.
Las enfermeras, con su bata de color
blanco marfil y su pelo en la mayoría de los casos, recogido en una coleta por
encima de su sensual cuello paseaban, cogidas del brazo de los inusuales
inquilinos de aquel sanatorio, por el jardín.
--- Ocho y media, gritó una
enfermera, hora de cenar.
Nuestro amigo, junto con sus
eventuales compañeros, subió por las escaleras hacia la habitación en la que
iba a pasar unos días hasta que el puzzle que en esos momentos tenía en su
cabeza encajara pieza a pieza; los demás pacientes fueron desfilando casi
marcialmente -- debido a la fuerte
medicación—hacia sus lugares asignados junto a sus compañeros de “jamacucos”.
Una vez que hubo dejado el petate y
echado un vistazo a su habitación se dirigió hacia el comedor donde le
esperaban sus nuevos compañeros, que a esa hora, ya casi habían terminado de
cenar.
Los comentarios sobre la cena eran
variados y diversos:
--- Joder, otra vez pollo, decía
uno.
--- A la ensalada le falta sal,
decía otra.
--- Yo quiero unas pocas patatas
más, decía alguien por allí.
Después de cenar y de que los
auxiliares y las ATS repartieran a cada cual su medicación, unos optaron por
irse a la cama a escuchar música en sus radios o, más concretamente nuestro
amigo, en su mp4; otros optaron por fumarse un cigarrillo en la sala habilitada
para ello.
No todos los sanatorios disponían de
una sala para que los pacientes pudieran fumar, por ello, éstos estaban
agradecidos a la dirección del centro de su beneplácito con respecto al
admitido vicio del cigarrito, ya que de todos es conocido que el tabaco es el
mejor ansiolítico para los que padecen alguna enfermedad mental: desde la
esquizofrenia hasta el trastorno bipolar de la personalidad pasando por
cualquier tipo de depresión o psicosis atípica.
Cuando llegó la hora, más o menos
las 23:50, nuestro amigo sintonizó radio 3, y se dispuso a planchar la oreja en
la almohada hasta el día siguiente escuchando su emisora de radio preferida.
Durante la fase REM nuestro amigo
tuvo un sueño un tanto curioso ya que soñó con una ATS que acababa de conocer
aquella misma tarde.A las 8 en punto nuestro amigo se
despertó cegado por la luz del Sol que entraba por la ventana medio abierta de
su temporal habitación.
Se desperezó y a pesar de estar en un psiquiátrico pensó:
“hoy puede ser un gran día, plantéatelo
así “.
Él, siempre había sido muy
optimista, y a pesar de estar en donde estaba y a pesar de las circunstancias
tenía la intención de curarse. Su frase preferida en esos momentos era: “tienes
que estar contento incluso si estuvieras en las Islas Canarias y cayeran chuzos
de punta”.
Tras estas disquisiciones, y ya con
los pies en el suelo, entró en el cuarto de aseo a pegarse una ducha reparadora,
pues pensaba que el agua matutina limpiaba todas las telarañas que el cerebro o
mejor dicho el alma, adquirían durante la noche; él decía que eran intrusos los
que aprovechando la calma nocturna intentaban alienar a nuestro amigo.
Después de ducharse y aprovechando
que su barba estaba humedecida del agua caliente, se dispuso a afeitarse al
viejo estilo, es decir, con navaja y brocha; se afeitaba así porque su piel era
muy sensible y no aguantaba el paso de una maquina eléctrica de afeitar por la
piel de su cara, ya que se le irritaba.
A las 8:45 estaba listo para el
desayuno en el comedor del psiquiátrico: café con leche, zumo de naranja, y
bollería industrial.
No era un desayuno frugal pero
tampoco sustancioso ya que nuestro amigo solía tomar para empezar el día unas
suculentas tostadas de aceite con tomate, la versión cartagenera del famoso
“pan-tomaca“ catalán.
Durante el desayuno se fijó en una
ATS que estaba realizando su trabajo atendiendo a los distintos pacientes. Era
una chica morena, no muy alta pero tampoco bajita, delgada, de suaves caderas
que se adivinaban bajo su bata blanca y con una sonrisa siempre en la boca.
Mirarla un ratito y observar como
desempeñaba su trabajo era un placer al que todas las mañanas no podía
resistirse nuestro amigo.
Qué hacer?, se preguntó tras el
desayuno.
No había muchas alternativas ese
día, así que optó por relacionarse con los otros pacientes, pues no sabía el
tiempo que iba a estar internado y él no se consideraba ningún “Robinsón Crusoe”.
Un poco “grogui “ y arrastrando los
pies, pues la medicación de la mañana – medio orfidal, un leponex y un
relajante muscular--lo dejaba un poco chafado y confundido, dirigió sus pasos
hacia el jardín del recinto donde o bien podía pasear por los alrededores, ya
que era muy amplio, o bien podía echarse unas partiditas al ping-pong, entre
otras actividades.
Optó por la primera opción, ya que
el día iba a ser largo y siempre habría tiempo para realizar otras actividades,
cuando los especialistas del centro psiquiátrico evaluaran a nuestro amigo, y
decidieran en qué iba a ocuparse durante su estancia allí.
Mientras iba caminando por los senderos
del jardín, ajeno a todo y un poco abstraído, se le acercó una muchachica de
unos 34 años, él tenía 17, y con agrado lo sujetó por el brazo, le hizo un
gesto indicando que siguieran andando y empezó a hablar con nuestro amigo.
Era un poco más baja que él, de ojos
verdes en los que te podías perder como si estuvieras en plena selva del
Amazonas; tenía una barbilla respingona muy graciosa y el pelo rojizo como
recién tintado. Sus andares eran cautivadores, pues se movía como ola en el mar
y su conversación, – arrastraba un poco las jotas—,amena.
CONTINUARÁ......