Días más tarde supo nuestro amigo que la familia de aquella
mujer procedía del Sur de Francia donde sus
abuelos habían tenido que emigrar, pues
el golpe de estado del general Franco les había pillado en zona republicana.
Nuestro amigo decía con sorna que sólo gracias a la madurez
del pueblo español y de la apertura que supuso observar como
tranquilamente las bellas rubias suecas
se bañaban en nuestras, entonces y ahora, magníficas playas, se pudo tras la dictadura pasar a una transición
magníficamente conducida por nuestro actual Rey—Juan Carlos I— que algunos
vaticinaban “el breve “ y que sólo gracias a la historia reciente, tras el
golpe del 23-f, ha puesto en su lugar.
La muchachica hablaba francés, pues
era el idioma en el que se había educado, y a trompicones el castellano, pues
su familia lo hablaba en el calor del hogar. Ella recordaba perfectamente los
cuentos que, primero su abuelo, y tras la trágica muerte de éste, su madre, le
contaban de pequeña junto a la chimenea de su casa.
Nuestro amigo disfrutaba oyendo
hablar a la chica e incluso aprendió, siempre ella cogiéndolo del brazo
mientras paseaban, a decir un par de frases en francés que nunca, nunca
olvidaría durante el resto de su vida:
---- coment a llez-vous?
---- très bien, très bien
---- Ça va, ça va
---
ne me quitte pas
Así, pasaban y pasaban los días: un
lunes, un martes, tras el martes, un nuevo miércoles y así semana tras semana.
El psiquiatra, la psicóloga y todo
el equipo evaluador seguían valorando a nuestro amigo, pero ninguno de ellos sabía
con precisión porqué vericuetos estaba
nuestro amigo como estaba.
Él, seguía todas las mañanas fiel a la cita con su “francesita”,---
así la llamaba nuestro amigo---, y realmente su presencia, su calor y su
conversación lo hacían feliz. Hablaban
de todo: de la vida que ella había llevado ( tenía una hija de tres años y un
noviete al que no veía desde hace dos), de los avatares existenciales de
nuestro amigo, que aunque joven, los había sufrido; de literatura – a ambos les
gustaba Eduardo Mendonza y sus historias ambientadas en la Barcelona , tanto actual
como de principios de siglo, e Isabel Allende con su prosa mágica que
desarrolló con tanto estilo en su libro, que ambos habían leído “ La casa de
los espíritus”; de música: a los dos le gustaban los cantautores tanto “
clásicos “ como Aute y Serrat, como modernos “ Fito y los Fitipaldis” que
aunque no era un cantautor al uso lo consideraban un trovador moderno al igual
que “ al Sabina “—como dice él mismo <<ese que canta >>---
Una noche tras escuchar en radio 3 a Juan de Pablo y su programa
“los elefantes sueñan con la música “en vez de irse cada uno hacia su
habitación, – como hacían siempre tras despedirse hasta la mañana siguiente---,
decidieron con tan sólo una mirada quedarse un ratito más hablando de cómo se
encontraban tras cuatro semanas y media en el psiquiátrico.
Nuestro amigo le comentó con
sinceridad que lo mejor que le había pasado en su vida era haberla conocido;
que ni la medicación, que le había ido bien, ni las terapias, que también, le
habían ayudado tanto como su comprensión y sus charlas matutinas. Que tenía
ganas de que le dieran el alta, porque estaba mejor, pero tenía miedo a
perderla y a no verla nunca más. Que su ilusión todas las mañanas para
levantarse era ella y la esperanza de que todos los días se vieran, le servía
de acicate para afrontar un nuevo día, con ella, mejor que el anterior.
Ella también se sinceró y le dijo
que aunque joven, le había parecido un muchacho muy maduro para su edad; que
para ella su compañía había sido como un bálsamo revitalizante; que en
Barcelona estaba su hija, que vivía ahora con sus abuelos y que en cuanto
encontrara de nuevo un trabajo estable – la habían echado del último, un claro
despido improcedente, por su trastorno bipolar--podría irse a vivir con ella.
A ella se le escaparon unas lágrimas
de emoción, y él cariñosamente la abrazó como se abrazan dos amantes que se
juran fidelidad eternamente.
Del abrazo a una caricia, de una
caricia a un beso y del beso a otro beso hasta que de nuevo se volvieron locos,
pero esta vez, y las que siguieron, locos de amor.
Cogidos de la mano y sudorosos se
encaminaron con complicidad y un poco asustados hacia el jardín del psiquiátrico, pues conocían un paraje idóneo para sus intenciones.
Estaba un poco oscuro, pues el
jardín no estaba iluminado y la luna tampoco ayudaba mucho, pues era luna
moruna; así que a trompicones y sin dejar de besarse siguieron casi
instintivamente,—pues conocían los senderos del jardín como la palma de sus
manos--, hasta llegar al deseado paraje donde él, con cariño, tumbó a ella
sobre el césped mullido y, a esa hora de la noche, con un poco de escarcha que
con el calor y el ímpetu de los dos cuerpos abrazados se fue derritiendo poco a
poco.
Así, ella, que era más experta en
esas lides, se puso sobre él y con suavidad y como dos ciegos a tientas, ella
empezó a despojarlo de su camiseta besándose ambos al mismo tiempo; él, besando
los suaves, pequeños y almibarados pechos de ella; y ella acariciando el torso
de él y sin dejar de besarlo en la oreja – ya que sabía, se lo había dicho él –
pues era una zona de sumo placer para nuestro amigo.
Apasionadamente y dejándose llevar
hicieron el amor lenta, muy lentamente, intentando él ir al mismo ritmo que
ella, para llegar juntos a un orgasmo que a ellos les pareció cósmico, pues
ninguna fuerza de la naturaleza se había conjurado nunca antes como en esa
noche y ante ese orgasmo.
A la mañana siguiente, nuestro amigo
tenía cita con sus evaluadores.
Ninguno de ellos se podía explicar
el cambio en el rictus de nuestro amigo. Se le veía radiante y contento, e
incluso, se rió ante un comentario de la psicóloga.
Él no quería decir abiertamente a
qué se debía que las “telarañas de su cabeza“ hubieran desaparecido así tan de
repente, pero algo adivinaban y es que la fuerza del amor todo lo puede.
DEDICADO A MIS PADRES Y HERMANOS POR
ENSEÑARME EL CAMINO.
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