lunes, 14 de enero de 2013

DEL MATERIAL DE CONSTRUCCION AL ARTE


Desde aquí me permito el lujo de invitaros a la exposición que mi amigo Isidoro Conesa Godínez presentará el viernes 18 de enero, y seguirá hasta 18 de febrero, en el edificio de la UNED, en Cartagena, en horario de 9 a 14h, por las mañanas y de 17 a 21h por la tarde. La exposición se denomina " del material de construcción al  arte"
Yo participo en esta exposición con este relato corto:

A la vez que construía su casa, pintaba un cuadro, su cuadro,  en Cabo de Palos.
            Le gustaba pasear por su puerto y observar, por la mañana, casi al amanecer, a los pescadores, hombres rudos y hechos a la mar, en sus faenas; unos apilando cajas llenas de mújoles, doradas y peces espada a punto de ser llevadas a la lonja más cercana y otros cosiendo redes con abnegada precisión de cirujano plástico.
            También en la observación del mar se despejaba, después del café con leche y tostadas de tomate restregao, en la terraza del Miramar, con la leve brisa del mar en primavera, y el olor a salitre y brea que impregnaba todo ese pueblecito marinero del sureste español.
            Su casa, a medio construir, se erigía entre acantilados en una zona despejada junto al faro. Las vistas, desde su futura cocina, iban a ser espectaculares, todo el Mediterráneo en primer plano y, debido a su orientación, iba a tener sol en el salón en todos esos fríos días de invierno que pensaba pasar sólo, pintando.
            En los próximos meses iba a ser maestro albañil y pintor, pero pintor artístico aunque utilizara pintura titanlux para impregnar sus lienzos y masilla hecha con agua y yeso machacados en un mortero, para sus relieves.
            El cuadro que le quitaba el sentido en ese momento consistía en dos niñas, una de ellas con paraguas, paseando por una calle estrecha con ventanales en los bajos, y ellas y los edificios difuminados por la persistente niebla que en esos momentos cubría la calle. Esa era la idea y en eso estaba.
            La futura casa, de la que estaban construidos ya los cimientos y las medianeras y los tabiques de las habitaciones, estaba hecha de mampostería con ladrillo rojo visto y rematado con agua y cemento. 
            Contrató a un par de peones para aligerar el trabajo y terminar con precisión, por ejemplo, el pladur de la que iba a ser su futura biblioteca.
            El cuadro, una obra maestra, según su autor, iba siendo pintado al ritmo en que se construía la casa, despacito pero sin pausa. Al cuadro, igual que a la casa, le quedaban los últimos retoques: una pincelada aquí, un enchufe allá; un retoque aquí, un remate allá.
            Por fin llegó el día en que el maestro, por partida doble, dijo: obra terminada, también por partida doble—acabó la casa y remató el cuadro--.
            El cuadro estaba íntimamente ligado a la casa y como él pensaba que era la mejor obra que había hecho y que haría nunca en la vida, decidió esconderla bajo un peldaño suelto del desván el que había una caja, a la que cerró con llave y tiró ésta al Mediterráneo, que tanta compañía le iba a hacer en aquellos meses calurosos del verano que se aproximaba. 
             

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