lunes, 16 de septiembre de 2013

EL VEREDICTO

Por alguna extraña sensación creía que todo aquello que pudiese decir, estaría en su más irrefutable contra. Lucho duro por salvarse de tomar la última decisión que le llevara al aplauso más querido por todos sus detractores o al más mísero alarido de los allí presentes. Solo era cuestión de segundos. La sala languidecía en momentos casi inverosímiles por su única presencia, pues debía dar la última prueba de su inocencia o culpabilidad. No quería entorpecer a la justicia, pero algo así le había llevado a obrar como lo hizo. Tardó semanas, incluso algún que otro mes extenso, exhaustivo y paulatinamente el más tentativo de su vida que le robaría todo tiempo requerido para alcanzar una postura mediante la cual demostrarles a todos que aquel hombre era algo más que inocente. Cuando lo condenaron no era consciente de aquello por lo que había  pasado. Todo eran reprimendas, incertidumbres, malos presagios en su contra, así como aciagas y horrendas tentativas de decidir por su triste final, su vida se encontraba tan agobiada y demolida por sus desconcertantes actos, que no quiso saber nada más. En fin, incluso la condena más unánime no hubiera sido suficiente para quitarle toda culpabilidad que mostraban sus gestos, sus pensamientos, sus formas impelentes. Poco a poco fue asumiéndolo y en menos que canta un gallo pensó que nada de lo que había hecho le debía preocupar, porque creía tener la conciencia tranquila y arraigada a sus más sumisos pensamientos. Aquellos mismos que le habían llevado a tomar esa decisión que podía ser aplaudida o resaltada en los más míseros alaridos. ¡Culpable! ¡Culpable! ¡Culpable! Proclamaba la gente o quizás solo los allí presentes. Debía oír a toda la gente congregada en la sala y conforme a su conciencia declarar. Pero nada era tan fácil, pues aquel hombre que se encontraba allí, ni tan siquiera parecía ser ávido como para lograr decidir por su  destino y demostrar su propia inocencia. Su duda le llevó a pensar que su actuación eran meras apariencias, pero todo estaba decidido. Pues, dicho hombre no era lo que aparentaba ser. Su suerte estaba echada desde el mismo momento que dejó de dudar de sí mismo, sobre la  arrogancia que el acusado demostró tener sin más, en última instancia. Pese a todo, sus remordimientos actuaron, algo le acercaba al final de aquellos angustiosos momentos. Entonces justo antes de decir las únicas palabras que todos querían oír se puso rojo, su cuello se entrecortó, su mirada atravesó toda la sala y sus palabras acallaron a muchas bocas de las que allí habían presenciado tal juicio en la sala. Y es que aquel hombre se pronunció: Bien, Su Señoría: ¡Mi veredicto es culpable! El miembro del jurado indeciso hasta el momento quiso estar en la piel de aquel pobre condenado, aunque casi por ello se condena a sí mismo
COMENTARIO: A veces queremos estar en el pellejo de otros, tan solo para saber lo que se siente pero no es lo mismo ver la corrida de toros desde la barrera que desde dentro. Por eso es mejor no meterse nunca en líos, aunque digamos que podemos poner la mano sobre el fuego por alguien y dejarla sin quemarnos.



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