Estaba
agobiado, no podía respirar, no conseguía ni rascarse la nariz, porque su
cuerpo con el paso de las horas se había entumecido, dormido, anquilosado, y su
mano ya no respondía a la orden de su cerebro. Ni la mano, ni ninguna de las
partes de su cuerpo obedecían a su voluntad. Él quería, pero sencillamente, no
podía. Lo intentaba, pero no encontraba respuesta. Era como si su cuerpo y su
mente se hubieran escindido. Sí, exacto, como si su cuerpo con respecto a su
mente sufriera esquizofrenia. Su cuerpo por un lado y su conciencia por otro.
Tú a Londres y yo a California. Era consciente, estaba lúcido y eso le hacía
sufrir más. Porque se enteraba, porque no era lelo, porque se daba cuenta,
porque padecía la dependencia de su cuerpo ¿O de su mente? Aún no lo había
averiguado.
Tenía
sed. Su boca le pedía agua, su cuerpo le solicitaba algo líquido. Qué placer si
estuviera fresca. Allí metido era imposible, inalcanzable, inaccesible, y lo
sabía. Pero no podía dejar de sentir, de imaginar el líquido elemento
pasando por su gaznate y refrescándolo. El cúmulo de gotas resbalando por las
comisuras de su boca. Frescas y húmedas. Sí, se lo imaginaba, pero era como
mirar por un telescopio y querer alcanzar la luna. Un sueño, una quimera, una
utopía en esos momentos. La lengua pastosa le sobraba en la boca. No quería
tenerla ahí, donde estaba. No, era como un apéndice que sobraba. Algo accesorio
a la boca, superfluo, molesto, incómodo. Se la imaginaba cayendo en cascada, fecundando
campos, bañando tierras. Se la imaginaba sobre todo saciando su sed, pero
enseguida recapitulaba interiormente y se decía: tranquilo, no pasa nada, no
tengo sed, no estoy aquí. Existo porque pienso, porque respiro, porque noto mi
meñique tocando suave la palma de mi mano. Pero, y si todo fuera un sueño, un
espejismo. Y si no existiera el aquí y el ahora…
De
repente un sopor. El sueño invade todo su ser como después de una comida
copiosa. No sabe qué hacer. ¿Qué sería mejor? Nadie a quien preguntar. Está solo.
Toma conciencia ahora de ello. Ha perdido la noción del tiempo. Nadie le puede
ayudar. Depende de su sangre fría, de no perder los nervios, de su valor, de
confiar en sus fuerzas. Confianza en sí mismo. Sí, eso, confianza. No por
favor, no te dejes llevar por el adormilamiento. Resiste. Aguanta. No te dejes
vencer. Tú puedes. Claro que puedes. Los párpados poco a poco se le van
cerrando como persianas al anochecer. No puede más. Se esfuerza, pero es inútil.
La sensación de abandonarse le vence. Es más fácil eso que resistir. No quiere,
pero no puede. Cierra los ojos y en ese momento sabe que es el fin. En un
milisegundo sabe que es el fin. Y se da cuenta de que no le importa; de que al
fin y al cabo va a descansar; de que su lucha interior va a acabar. Venga ahora
lo que venga será un descanso, una liberación, un deshacerse de la carga y
pesar menos, un ser más liviano, un pasar a otro estadío. Venga lo que venga,
pero descansar porque está cansado, fatigado, agotado, exhausto. Vencido.
A
partir de ahí, ya en una nebulosa. Todo pasa muy rápido, pero pasa, ocurre,
sucede. No sabe si es ficción o realidad. Si es un sueño, mejor dicho una
pesadilla o una peli que ha visto antes de quedarse medio durmiendo. A veces le
acontece: se queda adormilado viendo una peli y parece que la continúa en
sueños. Imaginada pero la continúa, le pone final a su manera, con su estilo,
con su impronta. Nada que ver con la original. Final nuevo, peli nueva.
La nebulosa sigue,
lo persigue, lo inunda, lo abraza, puede con él y con todo su ser. Se hace con
él.
De
repente, como en un subidón de adrenalina, abre los ojos. La consciencia se
abre paso y todo es luz y realidad porque ¿ha sido un sueño o era realidad? Eh, ahora recuerda. Ahora es
consciente. Nadie se lo va a creer pero él lo sabe; sabe que ha estado a punto
de irse al otro barrio. Ahora, en este momento todo lo comprende: había sido
auto secuestrado y metido en un zulo. En el zulo que había fabricado su propia
mente. Y él respirando aliviado la maldice. Maldice su mente.
BASI JORQUERA
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