Hay personas que
quieren ser ingenieros. Otros viajar, tener muchas parejas o conseguir mucho
dinero. Pues bien yo, quería suicidarme. Desde bien chiquito.
Ya de mayor la vida
me seguía aburriendo supinamente. Estaba harto de levantarme todos los días de lunes
a viernes a la misma hora de la madrugada. Ver en el trabajo, que no me
motivaba nada, las mismas caras de insatisfacción, aburrimiento, hipocresía y hastío.
Porque sí, había mal rollo en el lugar en que, por convenio, tenía que pasar
cuarenta horas semanales. Cuarenta horas con sus dos mil cuatrocientos minutos,
con sus ciento cuarenta y cuatro mil segundos; ¡que se dice muy pronto! La otra
opción, abstenerme de trabajar, objetar de mi trabajo, ni me la planteaba
porque por lo menos podía asumir lo que esta sociedad de consumo, sin firmar,
te obliga a aceptar: sus reglas de juego.
Yo creo que la
vocación suicida me viene estando ya en el vientre materno, mientras nadaba en
el poco espacio que quedaba en su líquido amniótico. Ya mi madre intentó
quitarse de en medio cuando yo oficiaba de okupa en su cuerpo. Tuvo el antojo
de rajarse las venas mientras se acariciaba la barriga tomando un plácido baño
con sales minerales en la bañera de su casa. Pero claro no lo consiguió y mira
el resultado. Y no me olvido de la otra parte que contribuyó a que yo me
arrastre vitalmente como un gusano por esta ínfima zona del Universo: mi padre,
mi hacedor, el que fue mi guía espiritual hasta que me pude independizar
intelectualmente de él cuando comencé a leer por mi cuenta. Pues sí, también
quiso poner un punto y final a su vida; él con pastillas y alcohol, y tampoco
lo logró. ¡Menuda familia de taraos!, pensará la vecindad.
El miércoles dice
el periódico que hay luna llena. Temo las noches de luna llena porque está
constatado, que en esos días, la prevalencia en el índice de suicidios aumenta
considerablemente, así que esas noches me pongo ropa deportiva, cojo mi libreta
de anotar voluntades y escribo: “del faro rojo al faro verde. Del faro verde al
faro rojo. ¡He abierto la madrugada, caminando de faro a faro!” Es una forma
como otra cualquiera de conjurar mi tendencia, a lo que estoy abocado por
simple genética, de obligarme a realizar y terminar esa ruta cartagenera si
antes lo he escrito negro sobre blanco. Porque uno no puede luchar contra los
elementos, es imposible y además agota inútilmente y yo, tiendo a lo que
tiendo. De eso no hay duda. Pero me resisto, lucho cual gato panza arriba ya
que ¿sabéis lo que pasa?, pues que en el fondo, ¡qué coño!, a mi edad, me he
acostumbrado ya a la vida. A mi vida.
BASI JORQUERA 29-I-2018