Se
ha ido Antonia, la panadera. Mi abuela. Nació antes de la guerra y ha muerto
ayer, después de todo. Cuando murió, yo estaba en un concierto tributo a Queen, juro que “Show must go on” me sonó a marcha fúnebre.
Se
ha ido como vino, sin armar mucho ruido. Llevaba tres añicos dependiente y, la
verdad, mejor que se haya marchado así, de repente. Mejor para ella y mejor
para los que nos quedamos, que no la hemos visto sufrir.
Desde
que murió mi abuelo, el señor Antonio, vivió modestamente, con una pensión
escasa, como muchas viudas en esta España de desigualdades; sin lujos pero con
una vida familiar rica. Tenía dos hijos y seis nietos y cuatro bisnietas. Y yo
me alegro, porque en su larga vida nos ha disfrutado a todos. Eso al fin y al
cabo es lo que se lleva, una vida plena y con muchos recuerdos bonitos que no
sé si se le pasaron por la cabeza antes de dejarnos. Espero que sí porque habrá
muerto feliz.
Sacó
a dos hijos adelante en plena postguerra y trabajó mucho a lo largo de su vida.
Mis abuelos vivían en La Isla,
de donde las gentes decían que Cartagena era un barrio de Santa Lucía. Qué
época aquella. Allí tenían un despacho de pan donde mi abuelo se levantaba, de
lunes a sábado, todos los santos días, a las tres de la mañana, para hacer el
pan y los productos de pastelería que vendían los dos con mucho esfuerzo y
dedicación. Mi abuela también contribuía al sustento familiar empezando el día
muy temprano para vender el pan que hacía su marido.
Cuando
mi abuelo murió, mi abuela nos demostró, a su familia, que podía ser muy
independiente y manejarse bien en su casa y llevarla adelante. Y lo hizo durante
muchos años, hasta casi el final de su vida que no tuvo más remedio que aceptar
ayuda. Pero todavía, hasta sus últimos días, seguía diciendo que quería hacerse
ella la cena a pesar de no poderse levantar. Genio y figura.
Tenía
una conversación sencilla, no hablaba nunca de temas políticos, pero le gustaba
estar informada de lo que pasaba en el mundo. De lo que pasaba a su alrededor.
Le gustaba charlar, sobre todo con mi madre, de las personas que conocía o con
las que tenía relación. Yo las escuchaba hablar, en la terraza de mi casa, y
muchas veces me unía a la conversación. Cuanto las voy a echar de menos. Esas
conversaciones en las tardes de verano.
Le
gustaba también pasear cogida de mi brazo; aunque no se fiaba mucho, era un
poco desconfiada, de andar conmigo porque muchas veces yo tropezaba hasta con
una losa levantada y tenía miedo de caerse. Cocinaba muy bien, su pollo con
tomate estaba “pa chuparse los dedos” por no hablar de sus tartas de manzana o
de sus empanadas. Para la repostería era esposa digna de panadero pastelero,
como se decía entonces. También, sobre todo en verano, disfrutaba leyendo
biografías, que yo le conseguía de la biblioteca, de mujeres que por alguna
razón le resultaban interesantes.
Hubo
una época en que iba a verla, a cenar en su casa, todos los viernes, antes de
salir de marcha con mis colegas. Le gustaba prepararme la cena y yo siempre le
llevaba pasteles de pasta flora con cabello de ángel o costillas también de
cabello. Se pirraba por el cabello. Era golosa mi abuela.
A
mí un momento que me gustaba mucho (ya hablo en pasado) era cuando se chispaba
un poco en las comidas familiares. Le gustaba el buen vino y nos regalaba unas
risas y unos mofletes rojos que, ahora lo pienso, me hacían muy feliz; porque no hay mejor cosa que ver disfrutar a
alguien a quien quieres mucho.
Era
coqueta y le gustaba arreglarse hasta para ir a por el pan. Bendito pan, el
trabajo que nos ha dado, y todo lo que nos ha proporcionado.
No
me voy a extender más, podría y mucho, sólo decir que se ha ido mi abuela y un
trocito de mí se ha ido con ella. La quería y mucho. Descanse en paz.
Basi, ¡que grande eres y qué bonito lo has contado!
ResponderEliminarUn beso enorme desde Madrid
Mónica
He sentido cada una de las palabras por ti escritas sobre los recuerdos vividos con tu abuela.
ResponderEliminarMe he descubuerto sonriendo al imaginarme a Antonia con los mofletes sonrojados a causa de una copa de vino disfrutada con sus seres queridos en esas reuniones familiares,y me ha apenado que ya no esté con vosotros para seguir charlando en esa terraza con sus hijas sobre aquélla u otra conocida...
Gracias,Basilio,por dejar que nos asomemos a ese pedacito de tu corazón dedicado al cariño por tu abuela..
Entiendo tu pena,pero siempre te quedarán los momentos compartidos con ella.
Mi más sincero pésame.